2. Plaza de la Seo

Junto a plaza del Pilar, nos encontramos también ante un espacio urbano que, a pesar de formar parte de la zona más antigua de la ciudad, se configuró en su aspecto actual, tras el proyecto de Regino Borobio de 1937. A pesar de la realización del mismo, la plaza de la Seo, donde se hallaba originalmente la fuente de la Samaritana, tuvo siempre un cierto carácter aislado del resto -quizá potenciado por la existencia de la calle D. Jaime-, es por esto acaso por lo que los últimos proyectos de remodelación de la misma, la han tratado de forma diferenciada.

En 1988, Julio Díaz-Palacios redactó un proyecto de remodelación de la plaza, en el que se pretendía devolver a ésta su carácter singular, potenciando su aislamiento a partir de la diferencia de alturas entre la citada plaza y la calle Don Jaime y dándole un aspecto recoleto y acogedor. Al realizar las catas preceptivas que se realizan al iniciar una obra en el casco antiguo de la ciudad, aparecieron unas estructuras arqueológicas de uso público de singular importancia. Esta circunstancia alteró la idea inicial del proyecto y obligó a la redacción de uno nuevo, el cual fue redactado por José Manuel Pérez Latorre en junio de 1989.

En el nuevo trazado se pretendía fundamentalmente recuperar las ruinas arqueológicas y devolver la plaza al estado de dignidad que la Catedral requería. La conservación de estas ruinas se debía hacer, según su autor, permitiendo su contemplación. Para ello se proyectó una sala subterránea de 2.000 metros cuadrados, sustentada por unos soportes sobredimensionados realizados en hormigón blanco, los cuales contrastaban con el tono pardo general de los restos romanos existentes. Para posibilitar una visión directa de las ruinas, se proyectaron una serie de pasarelas enlazadas que permitían igualmente el acceso a una gran sala de exposiciones situada en un nivel inferior.

En superficie se quiso dejar constancia de la "actitud moderna" de la plaza, la cual participaba de un conjunto espacial más amplio y al mismo tiempo estaba compuesta por edificios autónomos en sí mismos. Se pretendió dotar a la plaza de cierto confort, a partir de la colocación en ella de fuentes, las cuales habrían de ser a la vez los bancos de la misma -se eliminaba de esta forma la instalación de elementos de escala reducida- y una barrera de separación frente al tráfico de la calle Don Jaime. La pavimentación se realizó en mármol travertino, el cual enmarcaba el espacio y reflejaba luz sobre los edificios.

Para permitir el acceso a los restos arqueológicos inferiores, se proyectó un edificio para cuya colocación se buscó un lugar que no interceptara las visuales sobre la fachada de la Catedral o del Palacio Arzobispal. Se diseñó una estructura "transparente" de ónice en la que, para Pérez Latorre, sólo los reflejos habían de ser su textura. Su forma venía sugerida según su autor, por la torre barroca de La Seo, integrando en ella igualmente el baldaquino berniniano, esto es, el dosel sobre cuatro elementos de apoyo. Esta estructura era una respuesta moderna, al hecho simbólico de conservar las ruinas de nuestros orígenes y armonizar con la mayor dignidad posible con la arquitectura que da carácter a la plaza.