Epílogo

Nos hemos circunscrito esencialmente al centro de la ciudad, pero si ampliásemos el radio de atención, habría que mencionar otros ejemplos, igualmente interesantes, que actúan como testigos del momento en el que se concibieron. En poco más de cien años, la ciudad ha variado sobremanera, tanto urbanísticamente como en lo referente a la escultura conmemorativa que se ha ido incorporando de manera continuada y paulatina. La necesidad de recordar ciertas personalidades o acontecimientos relevantes en la historia local o nacional, como medio de reafirmación colectiva, defensa de ciertos valores y expresión de rechazo o apoyo a ciertas causas, ha sido una constante a lo largo de todo este tiempo y, determinadas obras actuales indican que, en cierta manera y a este respecto, poco se ha evolucionado. Desde las grandes construcciones hasta las humildes lápidas, en todas ellas, a su valor ornamental intrínseco se suma toda la historia existente detrás, tanto aquella más evidente que se refiere a lo conmemorado en sí, como el modo en que surgió la idea y la manera en que se abordó su resolución, a veces gracias al esfuerzo ciudadano a través de suscripciones populares.

Como hemos visto, la práctica de erigir monumentos en recuerdo de grandes figuras históricas fue muy típica del siglo XIX, pero igualmente prosiguió en la centuria siguiente con todo tipo de iniciativas encaminadas a rendir homenaje a personajes pretéritos, tales como Alfonso I el Batallador y los hermanos Argensola, monumentos ambos del escultor zaragozano José Bueno; o ya en los años sesenta, el Monumento a Fernando el Católico, por Juan de Ávalos; e incluso proyectos más recientes como el Homenaje a Al Mutamán, por Sergio Ibraín. Un caso especial fueron los monumentos a los héroes de los Sitios, de los que ya hemos comentado algunos de los que se erigieron en el centro de la ciudad con motivo de la conmemoración del centenario de 1808, pero restaría por reseñar el Monumento a Agustina de Aragón y las heroínas de los Sitios, diseñado por Mariano Benlliure y sito en la Plaza del Portillo. En fechas más avanzadas, se ha rendido homenaje a otras figuras destacadas de estos mismos acontecimientos, que se consideraba que no habían recibido el merecido homenaje. Por ello, y a pesar del tiempo transcurrido, se les recuperó e inmortalizó en monumentos como el dedicado al Tío Jorge, o el ecuestre del general Palafox. También han tenido continuidad los homenajes a figuras contemporáneas más recientes y con planteamientos más humildes, en forma de bustos, relieves o placas, que han dejado en distintos puntos de la ciudad un nutrido repertorio de personajes de la historia local y regional cuya memoria, en su día, los ciudadanos y las instituciones consideraron dignos de perpetuar. Sirvan de ejemplo de una concepción semejante los monumentos a Pardo Sastrón, a Miguel Allué Salvador, a Ricardo Magdalena, a Rodríguez Ayuso, a Galán Bergua, a Isabel Zapata, a Miguel Asín, a Ángel Sanz Briz, a Antonio Beltrán, o a Mauricio Aznar.

Por otra parte, también existen en otros distritos de la ciudad monumentos conmemorativos no erigidos en memoria de personas sino de ideas abstractas. Los hay muy conocidos, como el Monumento al Altar Patrio, en su origen Monumento a los héroes y mártires de nuestra gloriosa cruzada, una obra de enorme magnitud, aunque incompleta, ya que no llegaron a incluirse los grupos escultóricos, que cerraba la plaza del Pilar entre la basílica y San Juan de los Panetes. Tras su traslado, actualmente se puede contemplar con ciertas modificaciones en la entrada del cementerio de Torrero, potenciando el componente funerario del mismo. Entre los menos conocidos por el público cabría reseñar A cuantos murieron por la libertad y la democracia 1936-39 y posguerra, de sencilla silueta, que se erige en el mismo cementerio; y el Monumento nacional a los muertos de la Legión, situado en los pinares de Venecia, frente al Parque de Atracciones. La accidentada historia de este último y los ataques vandálicos sufridos, no son sino una muestra de un comportamiento reprobable que ha afectado a lo largo del siglo a otros monumentos zaragozanos. Sin embargo, la problemática del abandono, las pintadas y los destrozos, en la mayoría de los casos sin ninguna base ideológica, afecta a un amplio porcentaje de la escultura pública zaragozana. Las agresiones desvirtúan la obra original, que permanece indefensa ante la incultura de una sociedad que hoy destruye el patrimonio que ayer decidió crear. Un simple paseo por nuestros parques y plazas y la contemplación del estado en que se encuentran algunas esculturas conmemorativas debería servir para concienciarnos de la necesidad de la educación como medio de preservación de estas obras de arte.